Entre las historias más curiosas que han llegado a la
portada de Bitacoras.com este fin de semana, nos ha llamado la atención
una anotación con los diez experimentos más raros y crueles de la historia,
publicada en la bitácora "Una ventana al mundo" (vía 1 y 2). En
realidad se trata de una recopilación realizada por Alex Boase para la
prestigiosa revista New Scientist, posteriormente llevada a un libro y rescatada de su época de estudiante de la historia de la ciencia en la universidad.
A continuación, repasamos estos fascinantes ensayos.
1. El elefante y el ácido. Warren Thomas, director del
zoo de Lincoln Park en la década de los sesenta, inyectó 297 miligramos
de LSD
a un elefante. Se trata de una droga que se empezó a popularizar por
aquel entonces, de efectos psicodélicos, entre los que se incluyen
alucinaciones con ojos abiertos y cerrados, sinestesia, percepción
distorsionada del tiempo y disolución del ego. Su objetivo era comprobar
si con una dósis tres mil veces mayor que la habitualmente ingerida por
un humano, el elefante podía ser inducido al musth, un estado que
suelen tener estos animales una vez al año, cuando tienen un incremento
de la excitación sexual, volviéndolos más agresivos. La muerte del
elefante confirmó que se trataba de una barbaridad, aunque responsables
del parque se defendieron argumentando que no esperaban el resultado, ya
que ellos también habían probado la sustancia.
2. Terror en los cielos. No salimos de los sesenta porque
durante esa década el ejército también quiso comprobar hasta qué punto
sus soldados son capaces de cometer errores en situaciones de vida o
muerte. Para tal fin, a los altos cargos no se les ocurrio una mejor
idea que, durante un entrenamiento de vuelo, informar a los diez
reclusos de que el avión no funcionaba bien y tendrían que aterrizar en
el océano. Lo despiadado llegó cuando, en pleno vuelo, les pasaron un
formulario de un seguro para accidentes en el que el ejército no se
hacía responsable de muertes o heridas.
3. Cosquillas. En los años treinta, un profesor de
psicología de la universidad de Ohio, Clarence Leuba, estaba convencido
de que la risa no era algo innato y que las personas aprendían a reirse por necesidad,
cuando se les hacía cosquillas. Su conejillo de indias para probar esta
hipótesis fue su hijo, al que ningún miembro de su familia podría
tratar de hacer reir. El experimento falló cuando descubrio a su propia
esposa jugando con el bebé. Esto no impidió que el doctor siguiese
practicando con su hermana.
4. Estudiando el disgusto. Otro de los experimentos
curiosos que recoge Boese en su libro, nos lleva hasta 1926, cuando el
profesor Carney Landis de la Universidad de Minnesota, quiso investigar las expresiones faciales de disgusto.
Para ello dibujó líneas en las caras de los voluntarios con un corcho
quemado antes de pedirles que olieran amoníaco, que escucharan jazz, que
vieran material pornográfico o que metieran la mano en un cubo lleno de
sapos. Para finalizar, les pedía que decapitaran a una rata blanca.
Aunque todos dudaban, y algunos maldecían o lloraban, la mayoría
aceptaron hacerlo, demostrando lo fácil que mucha gente acepta la
autoridad. Los rostros de los voluntarios no tenían desperdicio. Según
cuenta, Boese "parecían miembros de un culto preparándose para hacer un
sacrificio ante el gran dios del experimento”.
5. Resucitando a los muertos. Otro de los científicos "locos" de la década de los treinta fue Robert Cornish,
de la Universidad de Carlifornia. En este caso, su obsesión era la
posibilidad de conseguir revivir a un muerto, inyectándole adrenalina y
antigoaculantes mientras lo giraba en una rueda con el objetivo de
hacerle circular la sangre. Lo había conseguido con éxito con perros
estrangulados, pero cuando iba a intentarlo con un preso condenado a
muerte en el estado de california, las autoridades le negaron el permiso
en el último momento... por miedo a que lo tuvieran que liberar si la
técnica funcionaba.
6. Mensajes subliminales. Hasta ahora, parece que los experimentos que hemos visto tuvieron poco éxito, pero en 1942 Lawrence LeShan
consiguió demostrar que era posible que un grupo de jóvenes dejara de
comerse las uñas a través de mensajes subliminales. Mientras dormían,
este psicólogo de la universidad de Chicago, les ponía un disco en el
que continuamente se escuchaba "mis uñas saben terríblemente amargas".
Con tanta repetición, el tocadiscos se estropeó y como el profesor
quería proseguir con su ensayo, repetía el mensaje de viva voz, cada
noche. El cuarenta por ciento de los niños dejó de comerse las unas,
aunque se rumorea que fue para que el "científico loco" dejara de
molestarles.
7. Los pavos y el sexo. Estudiar el comportamiento sexual
de los pavos puede llegar a resultar de lo más bizarro. Al menos para
dos investigadores de la universidad de Pensilvania, Martin Schein y
Edgar Hale, quienes en la década de los sesenta descubrieron que estos
animales no son muy exigentes a la hora de elegir pareja. Cómo llegaron a
esa conclusión es lo peor de todo; cogieron a una hembra de pavo y le
fueron cortando partes del cuerpo hasta que el macho perdió interés.
Incluso cuando lo único que quedaba era la cabeza en un palo, los machos
seguían excitándose.
8. Animales de dos cabezas. Más que experimentos brutales, podríamos calificarlos como despiadados y brutales,
los que realizó el cirujano soviético Vladimir Demikhov a mediados del
siglo pasado, creando animales bicéfalos. Quizá uno de los que más se
recuerden, es el perro de dos cabezas que creó en 1954, uniendo la
cabeza de un cachorro al cuello de un pastor alemán.
9. Según Stubbins Ffirth,
médico de Filadelfia en 1800, la fiebre amarilla no era una enfermedad
infecciosa, y lo probó en sí mismo con inusuales experimentos. Se hizo
cortes en los brazos en los que aplicaba su propio vómito; también sobre
sus globos oculares. Los esfuerzos realizados para probar con otros
fluidos corporales obtuvieron los mismos resultados. Más tarde se
demostró que las muestras Ffirth había utilizado para sus experimentos
procedían de pacientes en etapa tardía que ya no eran contagiosas.
10. Con los ojos bien abiertos. Para terminar con esta
estrambótica recopilación, no podíamos dejar de lado los experimentos
relacionados con el sueño, de los que el profesor Ian Oswald, de la
Universidad de Edinburgo, podría hablarnos largo y tendido, ya que
durante la década de los sesenta trató de estudiar las condiciones
extremas para quedarse dormido. Imaginaos las técnicas utilizadas con
los pobres voluntarios: música bien alta, descargas eléctricas en las
piernas, cintas adhesivas en sus ojos para evitar que se cerraran, luces
de flash a medio metro, etc.







