Conforme los cárteles colombianos tratan de recuperar el negocio perdido a manos de los mexicanos,
van surgiendo navíos más y más sofisticados para alcanzar furtivamente las costas de los Estados Unidos.
El próximo miércoles hará un año que el conocido mafioso de origen georgiano Vyacheslav Ivankov
se encontró con su destino a la manera tradicional: tres balas de
francotirador fueron a saludarle mientras salía de cenar en un
restaurante moscovita. Herido de muerte pero duro de pelar, pereció 73
días después –el 9 de octubre de 2009– y fue enterrado con el lujo
habitual en estos casos y coronas florales de los grandes ladrones de ley
repartidos por medio mundo. La policía de Moscú encontró el rifle
dentro de un coche abandonado en un aparcamiento próximo pero ni rastro
del asesino, como suele ser corriente en estos casos.
Ivankov había sido un viejo conocido de la policía soviética, rusa y
también de la norteamericana, que saltó a los periódicos allá por 1995,
cuando le arrestaron en Miami por estar organizando la venta de
submarinos soviéticos al Cártel de Cali. Sí, submarinos soviéticos de verdad, diésel-eléctricos de las clases Tango y Juliett
que habían sido decomisionados tras el colapso de la URSS y se oxidaban
en diversos puertos bálticos. Los submarinos diésel-eléctricos son
mucho más silenciosos que los nucleares y por tanto se les considera
mucho más capaces de penetrar –aunque sea más despacio y con menos
prestaciones– los sistemas de defensa antisubmarina sin ser detectados.
Al parecer, fueron los colombianos quienes se rajaron, por parecerles
una operación demasiado atrevida. Ivankov, por su parte, tenía ya hasta apalabrado un grupo de veinte tripulantes con un contrato de un año.
Probablemente,
los colombianos tenían razón. Resulta difícil imaginar cómo pensaba
Ivankov trasladar uno o varios submarinos soviéticos desde el Mar
Báltico hasta Sudamérica sin dejar pistas y sin descubrirse ante los
medios que Estados Unidos tiene desplegados en el Atlántico y en el
Pacífico, sobre todo teniendo en cuenta que los navíos estaban ya
desprovistos de buena parte de sus medios bélicos y la tripulación
mercenaria –según dicen– se hallaba compuesta por marinos de aluvión con
una experiencia limitada en el gobierno de estos sumergibles bastante
sofisticados para su época. Sin embargo, la idea no murió cuando la
operación fue cancelada. Quizá la posibilidad de operar una flota
submarina ex-soviética estuviera más allá de las posibilidades reales de
un paraestado como el que tienen organizadas algunas redes de
narcotraficantes, pero un programa más modesto podía estar dentro de su
alcance.
Narcos.
La absurda Guerra contra las Drogas,
además de sembrar muerte y corrupción por todas partes mientras
aseguraba que cualquiera pueda encontrar cualquier droga en cualquier
punto del mundo, ha hecho que comarcas y regiones enteras de numerosos
países vivan de estas sustancias ilegales bajo el dominio semifeudal de
clanes, cárteles y mafias de toda especie. De manera notoria, la
producción de cocaína y el tráfico de otros productos como la heroína
con dirección a los Estados Unidos sigue presente en extensas capas de
la sociedad colombiana y muy especialmente en el corrupto sistema
denominado parapolítica.
Al
mismo tiempo, por simple proximidad geográfica, los estados norteños de
México han ido cayendo cada vez más en manos de estas organizaciones
mafiosas que antes eran empleados y ahora han pasado a controlar gran
parte del material destinado a los gringos. Este proceso se
produjo cuando los tradicionales cárteles colombianos (Medellín, Cali,
Norte del Valle, Costa Norteña) fueron desarticulados durante los años
'90. Inmediatamente a continuación, a partir de 2000, los cárteles
mexicanos tomaron el relevo en una espiral de violencia que dura hasta hoy en día con la cooperación de algunos sectores de la Iglesia Católica local.
A los narcos colombianos no les hizo ninguna gracia tener que
ceder una parte tan sustantiva del negocio (que se estima entre el 30% y
el 50%) a sus homólogos mexicanos. Por ello, vienen buscando desde
entonces maneras de transportar al menos una parte de la producción
hasta los Estados Unidos con sus propios medios. La manera más castiza
de hacer esto (además de sobornar a los policías fronterizos) era
mediante barcos y aviones privados operando desde puertos y pistas
clandestinas repartidos por toda la región, pero el rápido avance
contemporáneo en las técnicas de detección y seguimiento aéreo lo ha ido
convirtiendo en un método muy inseguro y poco rentable. Había llegado
la hora del submarino.
Semisumergibles.
La
costa pacífica de Colombia es un paraíso para los contrabandistas.
Miles de acantilados y riachuelos que desembocan en el océano forman una
densa red de vías fluviales cubiertas por densos bosques de manglares
donde es posible construir pequeños puertos y astilleros (o disimularlos
entre los de las comunidades locales) sin que los enemigos
lleguen a darse cuenta. Es uno de esos lugares donde siempre ha habido
contrabando de todo lo que tuviera algún valor, lo bastante mísero como
para que se anime cualquiera que aspire a una vida un poco mejor y lo
bastante antiguo como para haber llegado a formar una cultura local.
Construir un submarino operacional capaz de adentrarse en el Océano
Pacífico –aunque sea más o menos siguiendo la costa– durante tres mil
quinientas millas hasta alcanzar los Estados Unidos es harina de otro
costal. Las grandes potencias industriales no pudieron hacer algo así
hasta la Primera Guerra Mundial, y hubo que esperar hasta después de la
Segunda para que fuera posible completar el viaje sin salir a la
superficie. Por poderosas que sean, las organizaciones de
narcotraficantes no son grandes potencias industriales ni tienen sus
mismos recursos. Así pues, la primera solución fue desarrollar navíos
artesanales semisumergibles, en los que la mayor parte del casco se
encuentra bajo el agua y sólo asoma una pequeña porción por encima de la
superficie.
Este
tipo de diseño tiene muchas ventajas. Primitivas, pero ventajas. Por un
lado, resulta sencillo y económico de producir y manejar, sin las
complejidades de un navío totalmente sumergible. Por el otro, reduce
enormemente las posibilidades de detección a manos de navíos (o
submarinos, llegado el caso). Al asomar tan poco por encima del agua, se
oculta fácilmente tras el horizonte, por debajo de la cobertura rádar
de la Guardia Costera y los federales. Siendo además buques muy
sencillos construidos con piezas y motores comerciales, su sonido se
camufla fácilmente entre los millones de barquichuelos legales que
atraviesan esas aguas. Y si a pesar de todo te detectan, es muy rápido
de hundir y echarse al agua para que te rescaten; de este modo, las
pruebas del contrabando acaban en el fondo del mar.
Así, a partir del año 2000, estos semisumergibles comenzaron a subirse al gringo
en largos –y arriesgados– viajes por el Atlántico y el Pacífico. Al
principio, los Estados Unidos creían que eran rumores sin fundamento y
los llamaban Bigfoots.
Sin embargo, durante 2006 avistaron tres y a finales de año lograban
capturar el primero, noventa millas al sudoeste de Costa Rica. En 2008
estaban avistando diez al mes pero sólo conseguían hacerse con uno pues
sus tripulaciones, al saberse descubiertas, los hunden para no ser
capturados con las manos en la masa.
Ya desde el primer momento, los estadounidenses observaron algunos
detalles de diseño sorprendentemente avanzados. Por ejemplo, el uso de
materiales sintéticos, fibra de vidrio y formas orientadas a reducir el
retorno rádar en las partes que se hallan sobre la superficie, así como
una ingeniosa disposición de los tubos de escape para reducir el perfil
infrarrojo; una forma precaria pero eficaz de tecnologías furtivas.
Utilizan habitualmente sistemas de navegación GPS. Nadie sabe cuántos
han podido colarse sin ser detectados a lo largo de los últimos años;
cada uno de ellos puede transportar fácilmente diez toneladas de carga a
unos seis nudos desde Colombia a Norteamérica, con una parada para
repostar.
Sin
embargo, todo el concepto presenta varios problemas evidentes. El más
básico, que estos barquitos se siguen viendo muy bien desde el aire y
una vez vistos, carecen de las capacidades de fuga de las planeadoras y
los barcos provistos con motores de alta potencia. Por otra parte
resultan inconfundibles, con lo que no se pueden disimular como navíos
legítimos. Y, finalmente, la aprobación de diversas leyes condenando
específicamente la tripulación de esta clase de naves sin bandera anuló
las ventajas legales de hundirlo y tirarse al mar.
Y todo el mundo supuso el siguiente paso, pero muy pocos quisieron
creerlo. Vale, hacer un barquichuelo de borda baja con un par de
soluciones furtivas interesantes es una cosa. Pero submarinos de verdad, no. Imposible. Que son sólo narcos, oiga. Y encima, sudacas. ¡Qué van a saber esos!
Narcosubmarinos de bolsillo low-cost.
El primer paso fue el desarrollo de un torpedo no propulsado para transportar la carga. Este sumergible
está equipado con tanques de lastre para ajustar su flotabilidad de tal
modo que quede estabilizado a unos treinta metros de profundidad.
Entonces se carga con farlopa y un barco legítimo –un pesquero, un
mercante, un buque de recreo, lo que sea– lo arrastra bajo el agua. Si
aparece una patrullera con intenciones dudosas, no tienen más que soltar
el cable (que puede ser perfectamente subacuático con un sencillo
actuador a distancia); el torpedo queda atrás y el barco, que está limpio,
seguirá su camino con toda normalidad. Al cabo de un rato, mediante un
temporizador, el torpedo levanta un marcador o baliza –un palé de madera
pintado de un determinado color, por ejemplo– para que otro buque que
viene detrás –digamos, un pesquero con una red– lo recoja y prosiga
viaje de la misma manera.
Esta
técnica resulta muy eficaz porque el transporte resulta prácticamente
indetectable –salvo que se empleen medios costosísimos totalmente
sobredimensionados– y los barcos no llevan a bordo nada ilegal. Incluso
aunque arresten a la tripulación con cualquier tecnicismo, un abogado
mínimamente capaz se lo puede llegar a poner muy difícil al fiscal para
demostrar que eso que apareció ahí abajo –si es que apareció–
pertenece a los acusados y no a cualquier otro de los miles de
navegantes que surcan esas mismas aguas diariamente.
Sin embargo, no iban a detenerse ahí. Además de las obvias posibilidades de mejorar este torpedo –por ejemplo, dotándolo de algunas capacidades autónomas y/o reduciendo aún más su detectabilidad– los narcos
colombianos parecen decididos a establecer una línea submarina de pleno
derecho. Ya en el año 2000, en un almacén de Bogotá, apareció un
submarino con casco de acero en sus últimas etapas de construcción que
al parecer había sido diseñado con ayuda de ingenieros rusos y norteamericanos.
Les llamó la atención la gran calidad del montaje. Hay gente que
necesita mejorar su plan de pensiones antes de retirarse y todo eso.
En 2007, la Guardia Costera de los Estados Unidos interceptó un vehículo del tipo de un submarino con un importante alijo de drogas ilegales. En julio de 2008, la Armada Mexicana hizo lo propio con un submarino casero,
en lo que parece ir evidenciando un grado cada vez mayor de
sofisticación. Pero nadie estaba preparado para lo que apareció a
principios de este mes de julio de 2010 en un recóndito riachuelo de la
selva ecuatoriana, a muy poca distancia de la frontera con Colombia.
La
policía ecuatoriana, siguiendo una pista de la DEA norteamericana, se
encontró en un astillero selvático un submarino de fibra de vidrio
completo, a falta sólo de los retoques finales para realizar su primer
viaje. Se trataba de un navío de treinta metros de eslora a propulsión
diésel-eléctrica verdadera, valorado en unos cuatro millones de dólares y
provisto con periscopio, snorkel, sistema de respiración
autónoma con aire acondicionado y el resto de características propias de
un auténtico submarino. Estaba provisto de diversas mejoras
tecnológicas con objeto de reducir el nivel de ruido e incrementar su
furtividad general, y debía ser tripulado por cinco o seis personas para
transportar unas diez toneladas de género hasta Norteamérica. No se
sabe si es el primero que construían o si ya existen otros en servicio;
su grado de sofisticación invita a pensar en que no era la primera vez
que se ponían (o en que alguien tiene un ingeniero muy bueno y
experimentado...). No me resisto a mostrarte una colección de imágenes:
¿Y por qué te cuento esto? Pues porque me fascina el ingenio humano, esa
extraordinaria capacidad que tenemos para enfrentarnos a las cuestiones
más difíciles y resolverlas. En medio de una selva remota, de la
miseria caciquil, muy lejos de algo parecido a una industria naval, hay
gente capaz de fabricar submarinos verdaderos con el propósito de
desafiar a una gran superpotencia. Amosnomejodas. Con
independencia de la opinión moral que te merezca todo el asunto, hace
falta valor, inteligencia y capacidad para hacer algo así. Aunque quizás
podría tener más altas metas, esa es la misma luz que nos sacó de las
cavernas en busca de algo mejor.